viernes, enero 13, 2006

El cuerpo del deseo: Sector 4

Había señalado que iba a poner solo fotos de Zoe Shostakovich, pero este estudio a propósito de la foto me pareció bonito... Cabría caer en una contradicción: no estoy de acuerdo con las interpretaciones heideggerianas de poemas porque toma al poema no como pretexto para pensar, sino como instrumento de un pensamiento(no de la filosofía y no del pensar) por la esencia del habla, por ello destruye al poema como tal...

No hay cuerpo del deseo, no hay nada que lo conforme, que lo cree y que le de vida como sueño, más que la mirada.



Allí donde está la silla del poder, ahí donde se sientan los cuerpos del poder, ya no hay sitio para la palabra y mucho menos para la imagen. Y la fotografía es la invitada más temida por ser la más deseada en esta fiesta del terror.

En Anatomía del asco (2), Miller nos va a recordar la importancia que tiene el encontrar la distancia adecuada para mirar. En su opinión, la media distancia es la más apropiada para la articulación del deseo porque se está, “fuera del alcance del olfato, pero lo suficientemente cerca para enfocar visualmente el objeto”.

La proximidad podría ser contraproducente puesto que “si nos acercamos demasiado -precisa Miller- las cosas se vuelven borrosas” y “si nos alejamos demasiado, la vista es incapaz de distinguir lo suficiente para suscitar el deseo”. En este contexto, la vista, como muy bien señala este autor, es el sentido a través del cual se capta la mayor parte del horror, de la fealdad, de la deformidad, de la mutilación y de lo que consideramos violento: destripamientos, vejaciones o violaciones.

El autorretrato de Rejlander, realizado en 1857, anticipa desde los mismos orígenes de la práctica fotográfica la necesidad de retirar la mirada o, en su defecto, de reconducir la mirada dentro del espacio fotográfico. Rejlander no se atreve a mirar a la cámara y se cubre los ojos en lo que resulta un gesto paradigmático si tenemos en cuenta que él era un fotógrafo. Habituado a estar del otro lado, no resiste la presión del objetivo, de la mirada morbosa, que amenaza con aparecer siempre desde el fuera de campo.

El fotógrafo, en todo caso, no puede hacer frente a la realidad. Teme, no la mirada de la cámara, sino nuestra mirada que se muestra siempre necesariamente escrutadora, necesariamente viva y en movimiento. Una mirada que busca romper siempre esas distancias adecuadas para liberarse de la presión, por otro lado también inevitable, del deseo.

Parémonos un momento en la retirada de la mirada de Rejlander. Una huida que se produce en la edad temprana de la fotografía, en sus primeros balbuceos de vida podríamos decir. Por tanto, más que anticipación es una señal de lo que vendrá después: de las veces que habrá que retirar la mirada, de las veces que tendremos que protegernos de la “presión” del deseo.

Un deseo que proviene de la propia mirada y que después se lanza hacia el cuerpo fotográfico que se constituye así en el cuerpo del deseo. Un cuerpo inaccesible siempre y que se sitúa a cierta distancia de nuestra mirada y de toda posibilidad de poseerlo.

En cualquier caso, la mirada buscará siempre apropiarse del cuerpo del deseo y es por lo que dirigirá sus ojos a todas partes y por diferentes caminos hasta encontrar la satisfacción de lo no poseído pero mirado. La estrategia no es otra más que la del enamorado/a que quiere saberlo todo del ser amado al que acaba de conocer, al que acaba de ver y acaba de mirar.

Justamente por eso, el acto de mirar es también, y sobre todo, un acto de penetración. De penetrar en el misterio, en la oscuridad de la imagen, desde sus espacios más accesibles y sus caminos más visibles que siempre son los más engañosos. Pero una penetración que se introduce también en la realidad de la imagen: aquella que está siempre en toda fotografía.

De un original de: Antecámara

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por mostrarnos parte de tu alma por medio de las letras... Creo que pronto regresaré a este sitio... "QUE RICO ES LEERTE" (JSC)