viernes, enero 20, 2006

Tardes en soledad

¡Es Hermoso! El agua cae lentamente desde una fuente, mientras los niños juegan y gritan y se disparan ruidosamente con su pistolas de carne y sus gatillos de voz, creyendo que el morir no es inevitable, solo es cosa de jugar lo suficiente. A lo lejos un camión comienza a arrancar con gran estruendo ahogando el sonido de los claxones que quieren apresurarlo. Las campanas de catedral hace ya varios minutos que enmudecieron de su sonoro y bélico repicar...

La gente sigue pasando, sigue pasándome; me observa detenidamente por unos segundos y luego se pierde de nuevo en sus rutinas: Estos se toman fotos familiares preguntándose si el día en el que por fin esta prima acceda a sus requerimientos se acerca, mientras que hacen lo propio unos con la otra; aquellos se deleitan con el nuevo repicar de las campanas y piensan que dos citas sin besos significa respeto o desinterés... Depende qué mente nos platique sus intimidades. Otro me mira más detenidamente y piensa si me ha visto en otro sitio (lo ha hecho, pero embebido en el ruido de las campanas, del agua, de los niños, de los jóvenes, de las cámaras, he preferido que luego de que me observe y yo a él, un par de ojos color miel que me resultan vacuos, él siga su camino y yo siga escuchando).

Me levanto y comienzo a andar entre la gente, me llama la catedral con su imponencia y entro detrás de un hombre que jura por escrito ser un enfermo de cancer. Lo observo detenidamente y en su viciado caminar percibo, si no la verdad, mi acuerdo con su opinión, su afirmación me parece correcta... Todo el lugar me marea y prefiero escuchar los regalos de la noche en el centro de Morelia. De un lado, los payasos pregunan una diversión inexistente y, del otro, el organillero lucha mortalmente contra la post-modernidad tocando inexorable frente a una tienda de ropa deportiva que gusta de atraer a sus clientes al ritmo de DJ Tiesto y Paul Van Dyk.

Giro en una esquina sólo para encontrarme de frente con una ambulancia que, de la misma manera que entré, me hace salir de toda esa nostalgia en la que los sonidos y dibujos morelianos me introdujeron. Comienza una vida distinta, una más discreta, en Morelia y así las tiendas, como la gente, comienzan a cerrarse. Luego de una dionisiaca mirada que me atraviesa y me sorprende, luego de unos mariachis que aún callados resuenan, luego del silencio de las calles desiertas... Me voy.

1 comentario:

Anónimo dijo...

CHIDO...!