jueves, enero 25, 2007

De mis tres soledades...

Desplazar la mirada. Izquierda. Derecha. Un conejito. Ese conejito debe ser el culpable.

Saltar.

Todavía, a mi edad, sigo mordiéndome las uñas; quizá te parezca extraño, pero yo digo, a falta de un cortauñas, es cierto que el espejo del alma son las manos, está bien, pero yo no lo hago por compulsión, realmente yo no suelo hacerlo, tú lo sabes, me has visto hacerlo ¿no es verdad? y tú entiendes, solo se hace cuando no hay otra opción...

Las voces en mi cabeza. Las voces de fuera. Él es el único que puede entenderme. Un conejito. Él es el único.

Saltar. Saltar.

Tú sabes lo que te digo, como el otro día cuando ella me dijo que podía irme y luego dijo que no, yo no puedo ser adivino, quizá lo que falta es que alguien le diga sus verdades, pero yo soy un simple empleado y no sería atendido, pero tú, quizá tú seas el indicado para...

Lo sigo. Dobla a la izquierda. No necesito mirar a otro lugar. Lo sigo. Salta un matorral. Las voces se aceleran. Él acelera. Yo acelero.

Saltar. Saltar. Saltar.

Solo faltaría... ¡ey!

Todo lo que hago pierde sentido. No es uno.

Saltar. Saltar. Saltar. Saltar.

Y el problema siempre es el mismo ¿no? Cuando el idiota aquel me dijo que no me pusiera pesado y yo no entendí porque jamás había escuchado la expresión y él dijo que era un tonto por no conocerla y yo le ofrecí una patada de respuesta y él dijo que en verdad era un pesado y yo me enojé más aún y...

No es uno. No es uno. No es uno.

Saltar. Saltar. Saltar. Saltar. Hola, ¿Cómo les va?

Quizá el problema mismo es que no te callas...

Una vez más... Estoy solo.

Tantos, tantos, tantos... Y yo solo... Quisiera saltar.

Es que si no hablo... Me siento solo.

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