miércoles, agosto 10, 2011

El libro del rostro

Mismo lee el libro del rostro.

Anónimo: Detente. No lo hagas. Abandona estas prácticas destructivas para ti, para el mundo.


Silencio.
Mismo cierra el libro.

Mismo: ¿Por qué? ¿Qué podría resultar destructivo en este mundo?


Silencio.


Anónimo: Abusan de tu intimidad, destruyen tu posibilidad de tener una vida privada, hacen de ti, de todos nosotros, una figura obligadamente pública. Todos saben quién eres, a qué te dedicas, cuáles son tus posturas políticas... El libro del rostro es otra forma en la que el Gran Hermano se presenta. Libérate, déjanos liberarte, déjanos remover ese rostro público de tu cara.

Silencio.

Mismo: Esto es tan complicado... Tan complicado... Que he renunciado a mi libertad. ¿Qué resguardo de cualquier manera? ¿Qué maravillas realizo con mi tan valorada libertad? Soy un zombie, soy la sombra infantil de lo que quieren que sea. Todos. Activistas, políticos, amigos, familiares, amantes, todos esperan algo de mi, no soy libre de ser quien quiero ser, soy la sumatoria vaga de sus deseos... ¿Por qué habría de preocuparme si ellos mismos son la sumatoria vaga de nuestros deseos?

Silencio.

No los odio, entiendan eso; no estoy juzgándolos... O quizá sí, quizá esta sea mi forma personal, si pudiese llamarle así, de decirles que su juego me harta, me hunde, me inunda... Y por eso lo juego.

Silencio.


Anónimo: Pero es la libertad... Nada vale más que la libertad.

Mismo: Voy a morir, sólo esa libertad me queda. Quitarme el rostro no me hace anónimo, sigo siendo el mismo. Volverme anónimo no me hace libre, seguiré siendo la burda suma de lo que quieren que sea. Ser libre no me hace quien quiero ser... Así que déjame leer el libro, no te preocupes por mi rostro, siempre será el mismo, siempre seré el mismo...

Mismo reabre el libro.
Silencio.
Oscuro.

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