El privilegio del sepulcro.
Mark Twain.
Sus ocupantes tienen un privilegio que no es practicado por ninguna persona viva: La libre expresión. El vivo no es realmente carente de este privilegio - estrictamente hablando - pero ya que lo poseé meramente como una formalidad vacía, y lo sabe tan bien como para no hacer uso de él, no puede ser seriamente contemplado como una posesión de hecho. Como un privilegio activo, se equipara con el privilegio de cometer asesinato: podemos practicarlo si estamos dispuestos a asumir las conescuencias. El asesinato está prohibido tanto en forma como en acto; la libre expresión está garantizada en forma, pero prohibida en acto. Para la estima común ambos son crímenes, y cargan con el profundo odio de toda persona civilizada. El asesinato es castigado algunas veces, la libre expresión siempre - cuando es cometida. Lo que es una rareza. No habrá menos de cinco mil asesinos por cada (impopular) libre pensador. Existe una justificación para esta reticencia a expresar opiniones impopulares: el costo de la expresión es muy pesado; puede arruinar a un hombre en su negocio, puede hacerle perder amigos, puede someterlo a insulto y abuso público, puede condenar al ostracismo a su inofensiva familia, y hacer de su casa una soledad despreciada y abandonada. Una opinión impopular acerca de la política o la religión yace oculta en el pecho de cada hombre; en muchos casos no solo una muestra, sino varias. Entre más inteligente el hombre, mayor el miedo por este tipo de opiniones que carga, y guarda para sí mismo. No existe un individuo - incluído el lector y yo mismo- que no sea poseedor de queridas y apreciadas convicciones impopulares que la sabiduría popular le prohibe de expresar. Algunas veces suprimimos una opinión por razones que son un crédito para nosotros, no un descrédito, pero mucho más usual es que suprimamos una opinión impopular porque no somos capaces de permitirnos el amargo costo de ponerla al frente. A ninguno de nosotros le gusta ser odiado, a ninguno de nosotros nos gusta ser exiliado.
Un resultado natural de estas condiciones es que conciente o inconcientemente ponemos más atención en sintonizar nuestras opiniones al tono de nuestro vecino y preservar su aprobación, que el que ponemos en examinar las opiniones minuciosamente y ver en ellas que son justas y sonantes. Esta costumbre naturalmente produce otro resultado: la opinión pública nace y se construye según este plan, no es una opinión para nada, es meramente política; no existe reflejo tras de ella, no hay principio, y carece por derecho de algún respeto.
Cuando un proyecto político totalmente nuevo y nunca antes provado es lanzado a la gente, ellos quedan sobresaltados, ansiosos, tímidos y por un tiempo quedan mudos, reservado, descomprometidos. La gran mayoría de ellos no están estudiando la nueva doctrina y decidiendo acerca de ella, están esperando para ver cual será el lado popular. Al principo de la agitación anti-esclavitud, tres cuartos de siglo atrás, en el norte, no encontró simpatía alguna ahí. La prensa, el púlpito y casi todos fueron fríos con ella. Esto fue por la timidez, el miedo a hablar libremente y volverse odioso, no por apoyar la esclavitud o la falta de piedad por los esclavos; ya que todas las naciones como el Estado de Virginia y yo mismo no somos excepciones a esta regla; nos unimos a la causa confederada no porque quiseramos, porque no era así, sino porque queriamos estar en el ambiente. Es evidentemente una ley de la naturaleza y nosotros la obedecimos.
Es el deseo de estar en el ambiente el que hace tener éxito a los partidos políticos. No existe un motivo mayor involucrado - con la mayoría - sino el integrarse a un partido porque su padre era un miembro de éste. El ciudadano promedio no es un estudiante de las doctrinas del partido, y realmente: ni él ni yo seremos capaces de entenderlas. Si tú le pides que te explique - en detalles inteligibles - por qué prefieren uno de los estándares de la moneda al otro, su intento por hacerlo será desgraciado. Lo mismo con los impuestos. Lo mismo con cualquier otra doctrina política grande, porque todas las doctrinas políticas grandes son ricas en difíciles problemas - problemas que están un poco por encima del alcance del ciudadano promedio. Y esto no es extraño, ya que están también por encima del alcance de las más capaces mentes del país; después de todo el escándalo y la plática, ninguna de éstas doctrinas ha sido conclusivamente probada de ser la correcta y la mejor.
Cuando un hombre se inscribe a un partido, es muy posible que se mantenga en él. Si cambia su opinión - su sentir, quiero decir, su sentimiento - es muy posible que se mantenga en él, de todos modos; sus amigos son de ese partido, y él mantendrá su alterado sentimiento para sí mismo, y expresara el privadamente descartado. En esos términos, él puedo ejercitar su privilegio americano de la libre expresión, pero no en ningún otro. Estos infortunios existen en ambos partidos, pero en qué proporción no podríamos decir. Por tanto, nunca sabremos cual partido fue realmente mayoría en una elección.
La libre expresión es un privilegio de los muertos, es el monopolio de los muertos. Ellos pueden decir honestamente lo que piensan sin ofender. Somos amables con lo que los muertos dicen. Podremos desaprobar lo que dicen, pero no los insultaremos, no los vituperamos, sabiendo que no pueden defenderse. Si hablasen, ¡que revelaciones habría ahí! Por que se descubriría que en asuntos de opinión ninguna persona muerta era exactamente lo que pretendía en la vida; que fuera del miedo, o fuera de la sabiduría calculadora, o fuera de la reticencia a lastimar amigos, él había largamente guardado para sí mismo ciertas visiones no sospechadas por su pequeño mundo, y las había cargado inexpresadas hasta el sepulcro. Y entonces los vivos serían traídos por esto a una conmovedora y reprochadora realidad en el hecho de que ellos, también, están hechos de la misma madera. Ellos se darán cuenta, muy en el fondo, de que ellos, y todas las naciones junto con él, no son realmento lo que dicen ser - y nunca podrán serlo.
Ahora, existe con dificultades uno de nosotros que atrevidamente quiera revelar esos secretos personales; sabemos que no podemos hacerlo en vida, entonces ¿por qué no hacerlo desde el sepulcro y tener la satisfacción de ello? ¿Por qué no poner esas cosas en nuestros diarios, en lugar de dejarlas discretamente fuera? ¿Por qué no ponerlas en ellos, y dejar los diarios detrás, para que nuestros amigos lo lean? Ya que la libre expresión es una cosa deseable. Lo sentí en Londres, hace cinco años, cuando los simpatizantes de los Bóer - hombres respetables, que pagan sus impuestos, buenos ciudadanos, y con derecho a su propia opinión como cualquiero otro ciudadano - fueron atacados en sus reuniones, y sus voceros maltratados y sacados del estrado por otros ciudadanos que diferían con ellos en su opinión. Lo sentí en América cuando tenemos reuniones atacadas y linchamiento de sus voceros. I mucho más particularmente, lo siento cada semana o dos cuando quiero imprimir algo que la fina discreción me dice que no debo. A veces mi sentimientos son tan fuertos que tengo que tomar la pluma y descargarlos en un papel para evitar que me devoren por dentro; después toda esa tinta y trabajo son desperdiciados, porque no puedo imprimir el resultado. Acabo de terminar un artículo de ese tipo, y me satisface totalmente. Le hace bien a mi golpeada alma leerlo, y me admira los problemas que provocaría para mi y mi familia. Lo dejaré atrás y lo expresaré desde el sepulcro. Hay libre expresión ahí, y ningún daño para la familia.
Traducción: Caósmico.
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