Estuve pensando por cierto tiempo (no podría decir que mucho, realmente no soy una persona de extensa reflexión), sobre cómo realizar este texto. Si como un poema, si como un cuento, o quizá como una narración dramática de triste desarrollo. Lo que sé es que aquí quiero decir algo.
Cuando uno crece queriendo escribir filosofía, la escuela le enseña que hay ciertos temas que son algo menos que tabú y algo más que irrelevantes; temas de los que no hay que hablar porque necesitaríamos un contexto filosófico brutalmente organizado para que nuestros colegas entiendan cómo es que nos dignamos a tocar esas mundaneidades. No importa que los hermeneutas hayan defendido a capa y espada la tradición, que Nietzsche nos haya dado un sermón de montaña en el prólogo de la "Genealogía de la Moral"; qué tan importante puede ser que Deleuze se haya desvivido por eliminar la historia de la filosofía. Nuestra importancia está en hacer de la vivencia un concepto.
Sigo sin ver al filósofo que hable de su experiencia en un bar de Drag Queens, de los conceptos que le nacieron en su último choque automovilístico y de la tristeza que le ocasionó que su pareja tuviese disfuncionalidades sexuales. Todos creen que es tan mundana la cita, tan óntica, tan poco conceptual, que prefieren hacer referencias veladas o metáforas deslavadas para que la gente sienta que la belleza y profundidad de sus palabras van más allá de su época. ¡Que se crean todos que somos atemporales! Yo y mis conceptos no tienen nada que ver con mi cotidianeidad, hermano; para saber sobre lo Real necesito escuchar conceptos, leer conceptos, beber conceptos. Hasta la fecha, ningún filósofo me ha confesado que los dos últimos párrafos que acabo de leer son producto de sus experiencias con la marihuana.
Así, cuando yo quiero escribirles a ustedes la razón por la cual estoy tan fascinado por una simple canción, con toda esa contaminación filosófica, me veo ahogado en la necedad de explicar cuales son los fundamentos filosóficos que me llevaron a ella. Inclusive, ya lo he hecho: Estoy harto de tratar de escribirles de conceptos, de mostrarles que el arte es un proceso creativo que funciona para dar fundamento al resto de la realidad; he decidido que simplemente escribo sobre arte y filosofía porque no sirvo para alguna cosa realmente útil. Soy un hombre teórico, porque soy demasiado perezoso para ser práctico.
Y mientras tanto, sigue sonando en mis bocinas la Balada del hombre delgado en la deliciosa versión que hace Stephen Malkmus con esa voz marginal que recuerda un tanto a la voz del mismo Dylan, que gusta tanto al estilo indie que está de moda; gritándome cada cierto tiempo que algo está pasando... Y con sorna agrega: "pero no sabes que es... ¿o sí?". Llorando por la sinceridad, dejo de lado este texto en construcción sobre las fichas pedagógicas en el MACAZ de Morelia y abandono las reflexiones sobre el concepto de exposición para entrar en una profunda agonía intelectual.
Maldita sea, somos vacas, alguien en el mundo sigue exigiéndonos producir, expulsar, excretar: Tú, filósofo; tú, científico; tú, contador; tú, plomero; todos ustedes, somos vacas, hemos nacido para excretar. No hace falta explicarles más, no me fío de ustedes, pese a que los necesito (entre otros, soy yo el que les exige que produzcan).
No quiero filósofos promiscuos, quiero promiscuos filósofos. Quiero que empecemos a pensar nuestra vida, no La Vida, sino esta vida; dejarnos de estupidez intelectual. Somos demasiado delgados, nos pensamos mucho el mundo y nunca hablamos de él. Quiero mujeres reflexionando sobre la profundidad trascendental de su última menstruación, quiero hombres discutiendo los peligros éticos de la erección matutina cuando una persona tiene acceso a tu cuarto. ¿Qué demonios está pasando? Eso quiero que respondamos, dejemos de ser Mr. Jones y volvámonos Dylan.
La propuesta es simple. Vivamos en el eterno retorno y en la concepción estética de la vida: Actuémos de tal manera que si todo esto volviera a ocurrir deseasemos que sucediera así. Hagamos de nuestra vida una obra de arte. Y escribamos sobre ello. Esto no es nuevo, pero personas como Baudrillard han querido que lo olvidemos; Foucault contaba en entrevistas y en algunos textos que sus investigaciones eran sobre el fist fucking y sobre el amor entre amigos. Sobre eso versaba su vida, sobre eso escribía. Escribir sobre nuestra vida: Compromiso con el mundo que tenemos en la mano, no sobre el mundo que nos tiene en la suya.
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